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Por qué la UE vuelve a dejar al sector apícola español con 'la miel en los labios'

Pedro Loscertales, responsable del sector apícola de COAG

Hace poco leí a una escritora explicar que la forma que tienen las instituciones para anular la queja de un colectivo es plasmar en un documento la lista de los temas que dan lugar a esa queja. También explicaba que otra forma de anulación de la queja puede ser precisamente la contraria: eliminar, de esa lista de temas, aquellos que se quiere hacer ver que no existen.  Con ambas estrategias se perseguiría lo mismo: que el colectivo en cuestión, al ver reconocida de alguna manera su denuncia por escrito, diga: “Nos han escuchado. Lo hemos conseguido. A partir de ahora, algo cambiará.”

Salvando las distancias entre el tema al que se refería la escritora y el debate sobre el etiquetado de la miel, la sensación que tenemos en COAG tras haber leído las propuestas de la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeo en torno a la modificación de la Directiva que regula su comercialización, es que las instituciones europeas han plasmado en documentos posiciones que, si bien responden parcialmente a reivindicaciones históricas del sector apícola en relación al etiquetado de origen de la miel –y, en este sentido, es un logro–, no pretenden atajar realmente el problema estructural que está generando la crisis que enfrenta el sector, ya que se han dejado fuera cuestiones de gran calado.

Todo el mundo sabe, a estas alturas, que los países europeos (o, mejor dicho, sus grandes industrias importadoras y empresas de distribución alimentaria), llevan décadas importando un producto que, en su mayoría, no es miel. Este producto, que las empresas compran a un precio tan bajo que lo convierte en incompatible con la posibilidad de que se trate de miel, se mezcla, envasa y vende en gran volumen en los lineales de nuestros supermercados, hipermercados y grandes superficies identificado como miel y, en su inmensa mayoría, bajo marca blanca.

Esto, que hasta hace poco se decía con la boca pequeña en el sector por prudencia ante posibles represalias por parte de la industria de la miel (varias veces nos han advertido de la conveniencia de ser comedidos en nuestras declaraciones) se reconoció recientemente en un informe de la Comisión Europea titulado “De las colmenas”. El problema con las importaciones de falsa miel es tan enorme que el 51% de las muestras analizadas para dicho estudio en España (y el 46% en el caso de toda Europa), así como el 85% de los importadores controlados en nuestro país (y el 66% en el caso del conjunto de la Unión), resultaron sospechosos de fraude. Las prácticas irregulares más detectadas durante las investigaciones fueron el uso de jarabes de azúcar para adulterar la miel y abaratar su precio, la adaptación de mezclas de miel y azúcar para eludir su detección antes de las operaciones de importación, el uso de aditivos y colorantes para adulterar el verdadero origen botánico de la miel, así como el enmascaramiento de su origen geográfico mediante la falsificación de la trazabilidad y la eliminación de polen.

El uso de jarabes, el enmascaramiento del origen de la miel, la falsificación de la trazabilidad o la eliminación de polen, son prácticas ya prohibidas, explícita o implícitamente, por la normativa europea desde hace años. Y, aun así, son realizadas masivamente por los operadores europeos, tal y como reconoce el informe. ¿Por qué?

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