Ricardo Migueláñez. @Rmiguelanez
Se dice que el futuro de Europa depende de la salud del planeta o al revés, no lo tengo claro, pero ¿a qué precio?
En un momento en el que producir más con menos es un asunto primordial y donde la agricultura y la ganadería juegan un papel fundamental para la alimentación de la sociedad, el debate de las fotovoltaicas ha llegado para quedarse, en el medio de una situación difícil de resolver y con una realidad agronómica donde la rentabilidad es más bien escasa, por no decir negativa. Por lo tanto, este tema de la producción de energía puede ser una alternativa para ellos y hay que respetarla.
Y no quiero que se me malinterprete. Las energías renovables son parte de la solución para alcanzar la neutralidad climática de aquí a 2050, seguro, pero utilizadas, y desplegadas en este caso, con uso de razón. Y digo esto porque el boom de las fotovoltaicas está llevando a localizarlas en terrenos donde la rentabilidad es óptima, e incluso de regadío. No soy experto en el tema, pero algo me hace pensar que antes de seguir actuando deberíamos de pensar en los pros y contras un poco mejor, entre medioambientalistas y agrarios.
Obviamente, hay algunas personas a las que la fotovoltaica les beneficia en gran medida mientras que a otros les supone inconvenientes, y de muchos tipos, no solo económicas. Porque, además, esta proliferación de plantas solares por todo el territorio nacional está generando una transformación del paisaje de nuestros campos que no suele ser a mejor, más bien a peor. Hay muchos que piensan que, aunque sea un pilar para la transición energética, también es una amenaza para la agricultura productiva y para el paisaje de nuestros territorios rurales, y han de ser escuchados y respetados.
Son muchas las voces que han manifestado su miedo sobre lo que puede suponer para la producción de alimentos la pérdida de hectáreas de cultivo por la instalación de estas plantas fotovoltaicas. Perdemos biodiversidad, cultivos, ganado y, seguro que también, soberanía alimentaria.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima fija el objetivo de 40.000 MW obtenidos de fotovoltaicas, que ocuparían unas 150.000 hectáreas, que podrían ser de superficie agraria útil. Sin embargo, en la actualidad los parques solicitados triplican el objetivo fijado por lo que en función de lo que decida el Ministerio de Transición Ecológica podría llegar a ocupar medio millón de hectáreas.
En definitiva, pienso que en cualquier sistema económico desarrollado como es el que vivimos, cuando diversos usos no compatibles recaen en un recurso escaso, conviene abordarlo con una planificación por prioridades. Sin embargo, la regulación actual no fija límites en la configuración de parques, ni por su tamaño, ni en su ubicación territorial. En los próximos años veremos por el medio rural macro parques fotovoltaicos, en lugar de granjas de animales o fincas de girasoles.
No es lo mismo admirar un campo de girasoles que un campo de celdas, pero no seré yo quien diga a los agricultores, con lo que llevan pasando los últimos años, qué tienen que hacer. Aunque tenemos que llamar la atención sobre lo siguiente: disminuir las producciones agrarias nos asegura tener precios altos de los alimentos pero también disminuir la capacidad de autoabastecimiento, que por cierto ya no tenemos.