Este domingo 30 de agosto se cumplen diez años de aquel lamentable momento de nuestra agricultura en el cual a Franklin Brito le fue arrebatado su último aliento, su último grito de rebeldía. Habrá transcurrido una década desde el triste instante que el gobierno de Hugo Chávez Frías, ante el silencio casi absoluto de una sociedad adormecida, desprendiera del terminal latido al inmenso corazón de este venezolano impregnado de una inconmensurable fuerza, de insoslayables principios e incoercibles valores.
Para el momento de su partida habían transcurrido siete años de iniciada la larga y dura cruzada en defensa de su Fundo Iguaraya, ubicado en el estado Bolívar, al sur de Venezuela. Franklin Brito, de origen humilde, nativo de Irapa, estado Sucre, Biologo de profesión y dedicado a la docencia, había invertido sus ahorros en la compra de este predio de tan sólo 290 hectáreas, sobre el cual el Instituto Nacional de Tierras (INTI), a través de un proceso violatorio de sus derechos, le confirió cartas agrarias a terceras personas, cerrándole el paso a su propiedad.
En reclamo del derecho constitucional que le asistía sobre sus tierras, desde aquel momento este indomable venezolano iniciaría su fatal lucha contra un estado arbitrario, demostrando que no mentía cuando afirmó “estoy dispuesto a dar la vida por la justicia”. Franklin advertía en sus intervenciones, durante sus distintas huelgas de hambre, ante la mirada indiferente de casi todo un país, que “No hay argumento que valga para traicionar tu conciencia, la dignidad es la brújula que nos ayuda y nos orienta hasta los senderos correctos”.
Cuánta verdad reflejaba la predica defendida hasta con su propia vida. Cuánta falta hace en quienes han mal gobernado nuestra maltrecha nación, y en tantos que falsamente enarbolan la bandera de la oposición, el poseer aunque sea un poco de la dignidad, honestidad y el apego a los principios que nos demostró Franklin Brito.
Quizás para Chávez Frías, Elías Jaua y Juan Carlos Loyo, el haber desprendido hasta del último aliento a Brito haya sido sólo una de las tantas “necesarias” acciones en su absurda “gesta emancipadora” contra lo que equivocadamente definen como latifundio, pero para la agricultura venezolana, aquel momento nos ha dejado tatuada por siempre una honda cicatriz, que a pesar de haber transcurrido ya diez años, continúa aun fresca, recordándonos la imprescindible tarea de exigir justicia y castigo para los culpables.
Fiscales. jueces, diputados, directores del INTI y ministros del poder popular para la agricultura y tierras de la época que actuaron de espaldas a nuestra constitución y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, por simplemente mantenerse de rodillas al proyecto político que ha destruido a Venezuela y disfrutar de las dadivas que les otorga el poder, merecen ser juzgados y duramente condenados por un sistema de justicia imparcial y transparente, el mismo que fue esquivo durante siete años al grito del justo y digno reclamo de Franklin Brito.
Lo ocurrido en Iguaraya, jamás debemos como sociedad el permitirnos vuelva a suceder en una Venezuela donde reine el estado derecho, por lo que tenemos como tarea ineludible el rescate de la institucionalidad e independencia de poderes. Aún esa dolorosa cicatriz, como tantas otras en estos veinte años de oscurantismo, está abierta. No le hemos cumplido a Franklin Brito.
Quienes de una u otra manera estamos ligados al quehacer de la agricultura nacional tenemos la obligación moral y ética de jamás olvidar a este “ícono de la defensa de la propiedad privada en Venezuela”. La bandera de su lucha debe ser mantenida y cumplida en la refundación de nuestra maltrecha nación. La propiedad privada de la tierra debe ser eje fundamental en el modelo agrícola que ha de erguirse para la construcción de ese nuevo país agroexportador que anhelamos y merecemos.
Tenemos que prometernos el borrar del calendario de nuestro sector agropecuario los días grises. Estamos obligados a ser vigilantes que se devuelva lo despojado y robado a nuestros campos agrícolas, a los cuales les fue arrebatado su natural verdor, para sembrar en ellos solo la anarquía y destrucción propia del “Socialismo del Siglo XXI”.
Sé que los días más felices aún no han llegado, a ratos sólo hemos conquistado breves pausas, en medio del desastre. Sin embargo, deposito mi fe en el espíritu eterno e inquebrantable, de miles y miles de venezolanos de bien, aferrados a la sagrada y noble misión de trabajar la tierra y el cuido de los animales. Tengo la plena convicción que seremos capaces de desprendernos de los naufragios, de la improvisación, de los políticos viejos y jóvenes, de palabras huecas y almas corrompidas, de la anarquía y usurpación.
Hoy las palabras de Franklin Brito retumban en cada rincón de nuestra hermosa patria “No hay poder que valga, cuando el pueblo se une y cuando la conciencia florece por el bien de la sociedad”. Si se puede