Durante los últimos meses, hemos sido testigos de una intensa polémica en relación con las actuaciones del ministro de Consumo Alberto Garzón en torno al sector de la carne en nuestro país.
Es evidente que las declaraciones del ministro a The Guardian, planteando sospechas sobre la calidad de un producto emblemático en la producción y exportación agroalimentaria española, fueron una torpeza imperdonable, pero, como dice el famoso dicho anglosajón, que los árboles no nos impidan ver el bosque.
Hace ya tiempo que desde la Unión Europea y, recogiendo el sentir de la opinión pública en muchos países de la Unión, se pone en solfa el consumo de carne por motivos tanto sanitarios como medioambientales. Así, en las cada vez más referenciadas Food Based National Dietary Guidelines de los principales países de la Unión, se viene recomendando un menor consumo de carnes rojas y procesadas.
Baste como ejemplo la de un país tan poco sospechoso de no apoyar a su sector ganadero como Francia, donde se indica expresamente: “La guía recomienda limitar el consumo de carnes, privilegiando las aves de corral y limitando el resto de carnes (cerdo, ternera, ternera, cordero, cordero, vísceras) a 500 g por semana y el consumo de carnes procesadas a 150 g por semana”.
Por si fuera poco, a esto hay que sumar el Europe’s Beating Cancer Plan; “una prioridad importante en el área de la salud de la Comisión von der Leyen”, según se recoge en la web de la Comisión Europea, y donde también se indica expresamente: “Las dietas con un amplio consumo de frutas y verduras, cereales integrales en lugar de refinados, y un bajo consumo de carnes rojas y procesadas, bebidas azucaradas y sal reducirán el riesgo no solo de cáncer, sino también de enfermedades cardiovasculares, diabetes, y mortalidad global”.
En este mismo Europe's Beating Cancer Plan se pone el foco también en las bebidas alcohólicas, incluyendo por primera vez al vino en las recomendaciones de productos a limitar.
Cualquiera que esté al tanto de lo que se cuece en Bruselas sabe que la Comisión, en la actualidad, está claramente en línea con el objetivo de modificación de dieta en favor de los productos vegetales y la disminución de los animales, y por tanto de la carne, asi como de otros otrora intocables como el vino, donde recientemente se discutió en el Parlamento Europeo una recomendación para incluir en los envases etiquetas advirtiendo de las consecuencias nocivas del consumo de alcohol para la salud.
Por tanto, la limitación del consumo de carne y también del vino y resto de bebidas alcohólicas no es una cuestión de “cuatro chalados que han llegado al gobierno de España por casualidad”, como he escuchado a algún tertuliano, sino una tendencia clara en las políticas de la Union Europea, y cuanto antes los sectores afectados sean conscientes de ello mejor.
No creo sea bueno autoengañarse equivocándose de enemigo y victimizarse, planteando la discusión en términos ideológicos entre defensores de la agricultura y el mundo rural frente a las elites ecologistas (e izquierdistas) de las ciudades, teniendo en cuenta además que la comisaria de Salud responsable del Europe's Beating Cancer Plan es del PPE, y el de Agricultura, entre cuyos cometidos esta la aplicación de estas políticas en el ámbito agrícola y ganadero, del polaco Paz y Justicia, partido cercano a VOX.
El consumidor
¿Significa esto que el consumidor europeo comparta la visión de las autoridades comunitarias? Sinceramente, no lo creo.
Como escuche hace un tiempo, el viejo dicho “Somos lo que comemos” se ha reformulado en “Comemos lo que somos”; es decir, que el acto de comer, y de consumir en general, está cada vez mas influenciado por nuestros valores, sean estos la preocupación por la salud, el deporte, la ecología y/o la sostenibilidad, o también si todos estos atributos nos dan completamente igual.
Está claro que la tipología del consumidor europeo es cada vez más compleja, pero más allá de encuestas y de cada vez mas acaloradas discusiones en la opinión pública, no hay datos que avalen una tendencia clara de descenso del consumo de productos como la carne roja o las bebidas de contenido alcohólico, como tampoco los hay de un mayor consumo de productos sostenibles.
Se puede objetar que estas tendencias solo cambian a medio y largo plazo, pero sospecho que existe también una cierta contradicción entre lo que el consumidor dice querer consumir y lo que realmente consume.
Por lo tanto, mi impresión es que, en ocasiones, las posiciones de la Comisión Europea en este tema van más allá de las actitudes del consumidor europeo en su deseo de consumo más sano y sostenible, y se sitúan frecuentemente cercanas a las de colectivos y organizaciones con posiciones radicales, basadas en ideologías que, además, a día de hoy no son mayoritarias.
Utilizando de nuevo un ejemplo, en julio de 2021 el Consejo de Agricultura y Pesca de la Unión, formado por todos los ministros del ramo, fijó el objetivo de alcanzar para 2030 un 25 % de la superficie agraria dedicada a la producción ecológica; objetivo ambicioso y que puede considerarse loable, o no pero muy lejano a las cifras actuales de consumo de este tipo de productos en la Unión Europea.
Lo que no se pueden justificar, como he podido ser testigo directo, es que, amparándose en este objetivo, se apoyen desde la Comisión Europea, actuaciones en favor del colectivo de producción ecológica sin ningún tipo de lógica ni coherencia, por no hablar ya de eficiencia.
Y lo sorprendente no es que haya organizaciones que defiendan posturas radicales en este tipo de cuestiones, sino que funcionarios de la Union Europea apoyen ese tipo de actuaciones con la misma fe en los productos ecológicos, que, repito, no es mayoritaria.
Nos encontramos pues con una cuestión de fondo, que provoca una cada vez mayor polarización entre los defensores de la agricultura y la ganadería tradicionales, que no quieren cambiar sus métodos de producción, y organizaciones y colectivos que defienden un cambio profundo en las pautas de consumo y por ende también de producción.
¿Cómo salir de esta polarización?
Pues quizás nos pueda servir la expresión frecuentemente utilizada en el lenguaje empresarial y que, aunque no me gusta especialmente, refleja claramente la cuestión. Es lo que se denomina pensar out of the box.
Mi impresión es que si los defensores de la agricultura y la ganadería tradicional únicamente hablan entre ellos lanzando a la opinión pública mensajes de consumo interno “para la tribu”, y los defensores de cambios radicales hacen lo mismo, lo único que se hace es seguir alimentando la polarización y difícilmente se podrá llegar a una solución.
Quizás sea el momento de crear un gran debate al respecto tanto en el ámbito nacional como europeo que, probablemente, llegue a conclusiones que se situarán en el punto intermedio y que serán además, seguramente con las que mejor identificado se sienta el consumidor europeo.
Y a las autoridades habría que pedirles que, además de propiciar y ordenar este gran debate, traten de ser lo menos intervencionistas posible y dediquen sus esfuerzos a la búsqueda de acuerdos entre los distintos agentes, que ya es bastante.
¿Será esto una quimera?