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El aceite de oliva aguanta el tipo

Gonzalo Guillén. Presidente de ANIERAC

En un año marcado por la inquietud y la incertidumbre derivadas de la situación epidemiológica a nivel mundial, el sector envasador del aceite de oliva español ha logrado sortear las dificultades y mirar con moderado optimismo al futuro. Los meses de confinamiento que hemos dejado atrás han propiciado un importante incremento interanual de consumo en los hogares españoles, un aumento en el volumen de ventas que contrasta, sin embargo, con un menor consumo en el canal HORECA debido a los cierres selectivos a los que se han visto obligados hoteles, restaurantes y cafeterías de toda España.

Por tercer año consecutivo los hogares españoles han aumentado considerablemente la compra del ‘oro líquido’ de mayor calidad, el aceite de oliva virgen extra, lo que demuestra que el consumidor cuida cada día más de su alimentación y muestra una clara tendencia hacia la ingesta de productos naturales y de calidad.

Pese a estas señales de esperanza, no debemos perder de vista el desequilibrio entre oferta y demanda al que nos enfrentamos. La generosidad de las últimas campañas ha ocasionado que haya una disponibilidad de aceite en España y otras regiones del Meditárreno bastante elevada. La realidad es que el exceso de oferta ha generado tensiones en el mercado y en la cadena de valor del aceite de oliva.

La producción del aceite de oliva en España y en el mundo en general está sufriendo un cambio estructural muy importante. En los últimos diez años el volumen de nuevas hectáreas plantadas ha sido elevadísimo, muchas de ellas, además, de rendimiento intensivo. Nos encontramos, pues, ante un panorama en que la producción crece a un ritmo elevado desde hace una década para acá, lo que nos acerca cada vez más a superar ese listón de los cuatro millones de toneladas de producción a nivel mundial. Por el contrario, el consumo sigue muy estable, de manera que en los últimos diez años sólo ha crecido un 2%. Si la producción se estima que puede crecer un 25-30% y el consumo sólo un 2%, tenemos un problema de sobreoferta. Este problema estructural es al que nos vamos a enfrentar en breve.

Para conseguir un mercado de aceite de oliva fuerte y estable necesitamos compensar la oferta y la demanda trabajando en el corto, medio y largo plazo. A corto plazo, algunas voces del sector proponen medidas que podrían ir desde almacenamientos privados hasta una intervención sobre las importaciones/exportaciones, pero son meras soluciones provisionales que no solventarían el quid de la cuestión. La única vía de trabajo para garantizar un horizonte sostenible pasa por trabajar en promoción. Es fundamental destinar mucho más fondos a promoción para crear una mayor demanda a nivel mundial y acrecentar el prestigio de España como primer país productor y vendedor de aceite de oliva. Es fundamental, pues, liderar ese crecimiento de la demanda. En esta línea, resulta fundamental que entre todos trabajemos en diferenciar el aceite de oliva de cualquier otra grasa vegetal favoreciendo su reconocimiento internacional.

Pero además de una promoción más agresiva de nuestro aceite de oliva en los mercados internacionales, para acrecentar la demanda sería necesario acometer otro tipo de apuestas. Me refiero, por ejemplo, a la necesidad de conseguir “claims” únicos de salud que diferencien al oro líquido del resto de grasas vegetales. Hablo, por ejemplo, de redoblar la apuesta en investigación y desarrollo: tanto a nivel del producto, para mejorar la calidad día a día y buscar nuevos usos, como a nivel de producción en la búsqueda de una mayor eficiencia en las producciones agrícolas que propicien mejoras continuas de calidad. Por último, se hace necesario que las grandes mejoras de calidad se afiancen sobre la seguridad jurídica de unos controles modernos, objetivos y plenos de fiabilidad, de forma que en la mente del consumidor se borre la más mínima duda de sombra de fraude, generada a veces como consecuencia de publicaciones interesadas o sensacionalistas, expedientes administrativos o alarmas injustificadas que no suponen ningún tipo de riesgo para el consumo.

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