Francisco Martínez Arroyo. Consejero de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha
El calendario avanza sin descanso y llegamos al final de este año anómalo, en el que hemos vivido una situación inimaginable, si regresamos al inicio de 2020. El impacto de la pandemia en nuestras vidas ha sido enorme y, probablemente, su recuerdo e influencia nos acompañará para siempre. Mis primeras palabras, son para los que más han sufrido estos meses, algunos de los cuales, muchos, nos han dejado debido a la enfermedad causada por el coronavirus.
En segundo lugar, mi reconocimiento a todos los trabajadores esenciales, fundamentalmente, los sanitarios, pero también los trabajadores sociales y sociosanitarios, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, personal de limpieza, restauradores y trabajadores de hostelería, maestros y profesores; y por supuesto, a los invisibles eslabones de la cadena agroalimentaria, desde el agricultor o ganadero, transportista y trabajador en tienda, que se han descubierto más imprescindibles que nunca ante el consumidor.
Esta fuerte cadena es la responsable de que disfrutemos de los mejores alimentos, los de la dieta mediterránea y de la mayor garantía de calidad y seguridad alimentaria que se puede encontrar hoy en el mundo; tenemos mucho que agradecerles. Recordemos hoy, cuando las vacunas nos hacen empezar a ver el final del largo túnel en el que nos encontramos que, a primeros de este año que ahora acaba, los agricultores y ganaderos, el primer eslabón de la cadena agroalimentaria, reivindicaban precios justos para sus productos, en definitiva, precios rentables para sus explotaciones.
Una de las lecciones que hemos aprendido, o deberíamos haber aprendido, es la importancia que, en nuestras vidas, tiene el trabajo de los agricultores y ganaderos y del conjunto de la cadena agroalimentaria. Han estado trabajando cada día, como siempre, a pesar de las dificultades, garantizando la producción, la transformación y la distribución de alimentos. Hemos aprendido, o deberíamos haberlo hecho, a valorar a ese cerca de un millón de heroicos agricultores y ganaderos españoles que, además, son el alma de nuestro medio rural, olvidado secularmente, y, ahora, reconocido, parece, gracias a la trágica pandemia y sus efectos.
Ellos y la industria agroalimentaria española, que transforma sus productos, han respondido, tirando de la economía, sosteniendo las exportaciones, que, en los primeros diez meses de este año que acaba, han crecido un 5,4% respecto a los mismos meses de 2019, alcanzando los 42.176 millones de euros, manteniendo el empleo y aumentando su aportación al PIB nacional y de las Comunidades Autónomas (CCAA).
Así, las previsiones de caída del PIB para este año por CCAA, ponen de manifiesto que las que tienen un mejor comportamiento, es decir, una menor caída son aquellas en las que el peso del sector agroalimentario es más acusado. Murcia (disminución del PIB en un 7,3%), Castilla-La Mancha (-7,5%), Extremadura (-7,9%) y Aragón (-8,2%) son en las que menos decrece su economia, según el Informe de previsiones de la Fundación de Cajas de Ahorros (Funcas), de diciembre de este año.
En 2021 debemos encontrar formas de reconocer esta realidad y apoyar al sector.
Tres ideas mirando al futuro.
En un contexto diferente, la Política Agraria Común (PAC) vuelve a ser una herramienta esencial para garantizar la renta de los agricultores y ganaderos y reconocerles su papel. Este año se ha cerrado un acuerdo fundamental sobre el presupuesto ordinario de la UE de aquí al 2027, y sobre los fondos extraordinarios para la recuperación de la economía tras la pandemia, en total hasta 1,8 billones de euros para toda la UE. En este marco, la PAC ha conseguido mantener su presupuesto, unos 357,5 mil millones de euros, más 7.500 millones de euros extra de los fondos Next Generation para su incorporación a los programas de desarrollo rural. Para España, unos 42 mil millones de euros, 34.000 para ayudas directas y 7.800 millones para políticas de desarrollo rural, más 729 millones de los fondos Next Generation. Una utilización eficiente de las ayudas y un enfoque de la política orientado a los consumidores, para aumentar su sensibilización sobre la importancia de la agricultura, son muy necesarios.
El relevo generacional en el campo, la incorporación de jóvenes al sector, y el fomento de la presencia de mujeres es un factor decisivo para la innovación y la mejora tecnológica en la agricultura y la ganadería. Ejemplos como los 2.660 jóvenes incorporados en los últimos cuatro años en Castilla-La Mancha, todos con el apoyo de la Consejería de Agricultura, ponen de manifiesto que el relevo generacional es un objetivo realista, además de imprescindible para la vitalidad de nuestro medio rural.
En tercer lugar, el reequilibrio de las relaciones entre los eslabones de la cadena agroalimentaria es también una cuestión prioritaria, potenciando el desarrollo de la Ley de la Cadena, apostando por el impulso a la integración comercial de la industria agroalimentaria, principalmente de la cooperativa, fomentando los canales cortos de comercialización, la venta directa en las explotaciones y la promoción en los mercados internacionales para consolidar e incrementar nuestras exportaciones.
Son solo tres propuestas de trabajo. Queda mucho por delante. Ojalá en 2021 podamos acertar en nuestras decisiones y reconocer a nuestros agricultores y ganaderos como un pilar básico de nuestra economía y de nuestra sociedad.
Yo, hoy, brindo por ellos.