Hay pocos sectores tan complejos como el del vino. No es sólo su importancia económica, sino la relevancia social en el medio rural, con numerosas explotaciones y bodegas (4.300) -muchas de ellas cooperativas- generando empleo y desarrollo en el territorio. También es muy importante su impacto en el medio ambiente, la biodiversidad y el paisaje que crean y protegen el casi millón de hectáreas de viñedo en nuestro país.
Aún es pronto para adelantar una previsión de cosecha para la próxima vendimia, que se iniciará alrededor de mediados de agosto y que se generalizará, como es habitual, con las variedades mas abundantes -airén en blanco, y tempranillo, en tinto- a primeros del mes de septiembre, pero las expectativas son buenas. La climatología de la primavera e, incluso, de las primeras semanas del verano, unida a las precipitaciones de los últimos meses, hacen pensar, a fecha de hoy, en una cosecha normal, entorno a los 40-45 millones de hectólitros.
Venimos de años con vendimias cortas, incluso algunas, como la pasada, una de las bajas del siglo, extremadamente reducidas. La última -con datos de la Interprofesional del Vino de España- alcanzó los 32,1 millones de hectólitros de vino y mosto -de ellos, 3,7 millones de hectólitros son de mosto-, lo que ha supuesto una reducción de un 21,2% respecto a la del año pasado, donde se alcanzaron más de 40 millones.
Esto ha hecho, además del tirón del mercado, fundamentalmente en los blancos, que las existencias a 31 de mayo de este año se hayan reducido un 16,2%, hasta los 36,7 millones de hectólitros. Así, en vino y mostos blancos, las existencias son de 13,7 millones de hectólitros, frente a 17,7 millones de hectólitros en la misma fecha del año anterior, una disminución del 22,5%. Son reducciones significativas en las existencias, pero partiendo de valores por encima de los 40 millones de hectólitros en total, cifras altísimas y que ponen de manifiesto las dificultades estructurales del sector para vender adecuadamente la totalidad de las cosechas.
En cuanto a las cifras de ventas de vino, a 31 de mayo, alcanzaron los 25,23 millones de hectólitros, de los cuales 9,83 corresponden al mercado interior y 15,4 a las exportaciones, cifras muy similares a las de la campaña pasada.
Después de años con descensos en el consumo en el mercado interior, se aprecia una estabilización -e incluso un ligero incremento- en el consumo per cápita en nuestro país, que se sitúa, actualmente, en 20,4 litros por persona y año, un 0,3% más alto que el año pasado por las mismas fechas.
Los datos, relativamente positivos, de ventas y consumos de esta campaña no deben impedirnos realizar una reflexión, sobre los pasos que deben darse para ajustar, cada vez más, la oferta a la demanda, con el objetivo de mejorar la gestión empresarial de las explotaciones vitícolas y su rentabilidad.
El sector y la administración deben estar atentos a los mensajes que mandan los consumidores de apuesta por los vinos blancos, jóvenes o afrutados, o las variedades más valoradas, a la hora de tomar las decisiones de nuevas plantaciones o reestructuraciones o reconversiones varietales.
También, la distribución de los kilos de uva -unos 4.400 millones en la campaña pasada en toda España- para la elaboración de mosto, vino, alcohol de uso de boca o vinagres, en función de la demanda, de manera ordenada y planificada, es clave para dar con la rentabilidad y la estabilidad empresarial en el campo.
Uno de los pasos que deben darse, principalmente en Castilla-La Mancha -la principal región productora- es la puesta en marcha de una interprofesional regional, planificada ya en la legislatura pasada, que sea capaz de organizar las campañas y coordinar la producción de vino, mosto o alcohol de uso de boca de tal forma que la oferta se ajuste a la demanda y se pueda, desde la mayor bodega del mundo, influir decisivamente en los mercados. A día de hoy es más urgente que nunca.
En esta línea, en los años en los que dirigí la consejería de agricultura de Castilla-La Mancha, tomamos dos decisiones que han beneficiado extraordinariamente al sector, y de las que me siento muy orgulloso.
La primera de ellas es la limitación del rendimiento productivo, hasta los 20.000 kilos por hectárea en variedades blancas, y los 18.000 kilos por hectárea en las tintas. Son cifras que pueden parecer muy altas, pero en las mejores zonas y con las variedades mas adaptadas, se superaban con enorme facilidad antes de la aplicación de la limitación. Es preciso que estos rendimientos máximos se cumplan, para lo que es muy necesario reforzar los controles por parte de las Comunidades Autónomas.
La segunda, extraordinariamente relevante, es el establecimiento de un grado alcohólico -forma de identificar el contenido en azúcares del fruto- mínimo de 9 para la uva que entra en bodega. De esta forma, se evitan también grandes producciones, con altos consumos de agua, que daban como resultado la entrada de la uva en bodega con hasta 7 grados, lo que es sinónimo de baja calidad. Esta limitación, que se ha mantenido esta campaña en Castilla-La Mancha gracias a la exigencia de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), es esencial para controlar la oferta, hacer una apuesta por la calidad -imprescindible para el posicionamiento de los vinos castellanomanchegos en el mundo- y mejorar la rentabilidad sectorial a medio y largo plazo.
Por otra parte, siguiendo con la apuesta por la calidad, clave para el sector, también sería muy conveniente retomar la limitación del rendimiento de conversión de la uva en mosto, para que no sea superior a un determinado porcentaje, que podría fijarse en torno al 75%, en línea con la regulación existente hasta hace unos años.
Se trata sin duda de un sector distinto, y con dificultades crecientes para controlar el relato hacia los consumidores. Los intentos de algunos poderosos lobbies comunitarios, y algunos Estados Miembros para equiparar el vino a las bebidas espirituosas destiladas de alta graduación, en el etiquetado y en los mensajes, es una amenaza constante.
Para hacerle frente es necesario reforzar el compromiso con el consumo con moderación. También, desde la perspectiva de nuestro país y nuestra cultura, apoyarse en la dieta mediterránea, de la que el vino forma parte, puede ser una buena formula para defender este producto, tan nuestro, que no podemos imaginar nuestro país y su futuro sin él.