Bernard Ader, vicepresidente de la Cogeca
La semana pasada la Cogeca organizó un foro empresarial dedicado a la inteligencia artificial (IA) aplicada a los sistemas agroalimentarios. Este evento fue una ocasión perfecta para debatir sobre múltiples y emocionantes desafíos y esbozar lo que será la «agricultura 4.0», que al igual que los conceptos de «web 3.0» o «web 4.0», tiene su origen en el intercambio de datos y el uso que hacen de ellos toda una serie de máquinas inteligentes.
Al abordar temas y conceptos nuevos, creo que cabe distinguir entre aquellos que son pertinentes y los que no lo son. En mi opinión, ya no es pertinente debatir si estas tecnologías llegarán a nuestras granjas o no, porque de hecho ya están en parte presentes en ellas. En 2020 se estimó que los agricultores usarían 75 millones de dispositivos conectados. Ya pasó el momento de debatir acerca de la magnitud de esta revolución, porque sabemos que será de gran envergadura y cambiará profundamente nuestro trabajo diario. Se vaticina que la presencia de la IA en el mercado agrícola pasará de los mil millones USD en 2020 a los cuatro mil millones USD en 2026, según las cifras estimadas; esto significa que el sector de la IA aplicada a la agricultura crecerá un 25 % anual entre 2020 y 2026. Tampoco tiene ya sentido debatir sobre el interés que despiertan estas tecnologías en los agricultores, dado que la mayoría de nosotros ya utilizamos una o varias soluciones de la IA, aun sin ser plenamente conscientes de ello. De hecho, usamos herramientas de observación, aplicaciones móviles, programas informáticos, robots, equipos
conectados, etc. Los investigadores pronostican que de aquí a 2050 una explotación agraria promedio generará una media de 4,1 millones de puntos de entrada de datos al día.
A mi entender, la pregunta más relevante a la que tendremos que responder de forma colectiva es la siguiente: «¿Qué implicaciones tendrá para la agricultura y la cadena de valor agroalimentaria el desarrollo próspero de la inteligencia artificial?» A la luz de los numerosos ejemplos y aplicaciones que se evocaron durante el Foro Empresarial de la Cogeca, considero importante que nosotros, como agricultores, seamos una fuerza motriz de esta evolución.
La inteligencia artificial es una herramienta que seguirá muy presente al menos en los años venideros. Una herramienta no es por naturaleza ni buena ni mala: todo depende del uso que hagamos de ella. Por ende, no se trata de definirnos como tecnófilos o tecnófobos; lo que realmente importa en el ámbito político es definir el tipo de inteligencia artificial que queremos en Europa. Tenemos que apoyar el auge de las empresas europeas consolidadas y emergentes más prometedoras para que triunfen los campeones europeos del sector. A día de hoy, el continente americano lleva la delantera y los países de la región de Asia y el Pacífico también podrían adelantarnos próximamente. Por lo tanto, cabe preguntarnos qué se debería fomentar en el campo de la inteligencia artificial. En mi opinión, hay al menos tres elementos que lograrían que la revolución positiva que esperan los agricultores de la UE se haga realidad:
1- La inteligencia artificial debe ser una pieza de apoyo para la «agricultura con misiones específicas»
El incremento de la productividad fue el valor central de las revoluciones agrarias precedentes. Las actuales crisis del clima y la biodiversidad, asociadas a la necesidad de preservar la
seguridad de los alimentos, suponen un desafío para la agricultura y las misiones de los agricultores. No podemos apostar por el uso de la IA con el único propósito de conseguir
incrementos en la productividad. En última instancia, el diseño de estas herramientas no debería limitarse a la productividad, sino ir un paso más allá e incorporar objetivos de
responsabilidad social, respeto del medio ambiente y popularidad entre los agricultores.
2- La inteligencia artificial en la agricultura debe ganar popularidad y ser diseñada en colaboración con los agricultores, en provecho de todos los agricultores.
Uno de los conocidos riesgos asociados al desarrollo de la «agricultura 4.0» es que haya quien se quede a la zaga. Por eso es importante que los agricultores puedan escoger las prácticas agrarias que desean aplicar y reciban la ayuda y la orientación adecuadas a la hora de ejecutar esas nuevas prácticas. El problema de una agricultura con cada vez más herramientas de inteligencia artificial es el acceso a esta tecnología y su coste, que a menudo es considerable y acumulativo.
3- La predisposición de los agricultores a compartir sus datos debe constituir la base de la IA aplicada a la agricultura.
La instauración de la IA ofrece la capacidad de procesar ingentes cantidades de datos, con la puesta en común y el intercambio de información entre múltiples fuentes de datos para
proporcionar sistemas de apoyo a la toma de decisiones con el fin de ayudar a los agricultores y sus cooperativas ante decisiones complejas. A este respecto, los agricultores y la agroindustria están más que dispuestos a intercambiar sus datos y a adoptar una mentalidad más abierta en cuanto a los datos, si con ello pueden mejorar sus propias prácticas. Sin embargo, sólo lo harán si quedan claros los posibles beneficios y riesgos y si pueden confiar en que éstos se resolverán de manera adecuada y justa mediante acuerdos contractuales. Por lo tanto, es primordial definir principios clave sobre los derechos de los datos, los derechos de acceso y los derechos de reutilización de datos. El Código de Conducta de la UE, que el Copa y la Cogeca firmaron en 2018 junto con otras organizaciones sectoriales relevantes, fue un primer paso para garantizar tales derechos a los agricultores. Este código refleja cuán importante es entablar un diálogo político, ya que la tecnología seguirá evolucionando y será necesario mitigar sus efectos colaterales. Por último, es fundamental que los datos queden almacenados en Europa.
4- En el último foro empresarial demostramos que las cooperativas pueden hacer «inteligentes» los modelos empresariales tradicionales y las actividades de la agricultura convencional. No obstante, precisamos de un entorno normativo favorable que estimule nuestras inversiones y proyecte nuestros valores con miras al futuro. Necesitamos acceso a la financiación y a regímenes de ayudas. Tenemos que reconocer el valor que crean nuestras cooperativas en beneficio de sus socios agricultores, del medio ambiente y de los consumidores.