José Vicente Andreu, Presidente de Jóvenes Agricultores ASAJA Alicante
Hace justo un mes escribía en este mismo espacio pidiendo auxilio para las montañas de Alicante. Días después, un rayo prendió el fuego que ha devorado sin piedad unas doce mil hectáreas en las comarcas alicantinas de la Marina Alta y el Comtat. Más que una posibilidad, se trataba de una auténtica bomba de relojería aguardando un detonante para estallar. La situación era crítica y quienes conocemos en profundidad el territorio éramos conscientes de que la combinación de unos campos abandonados y un verano extraordinariamente cálido y seco podían desembocar en un gran desastre como el acontecido.
Hoy, en la visita que he hecho a los agricultores y ganaderos de la zona, he podido ver la desolación, la tristeza y el dolor en los rostros de quienes lo han perdido todo. Desde estas líneas quiero expresar mi más sincero sentimiento de solidaridad con los afectados por los incendios de este verano, los de nuestras montañas y los de todo el Estado.
El fuego que se originó en la Vall d’Ebo ha sido todo un tsunami de muerte y destrucción. De destrucción de masa forestal, de biodiversidad, de fauna y de cultivos. Pero, sobre todas las cosas, de destrucción de proyectos de vida e ilusiones.
“¿Y ahora qué voy a hacer?” es la pregunta que me hacía un jovencísimo agricultor que con esfuerzo y mucha ilusión había iniciado su actividad agrícola en la zona. Él, que apostaba por una vida en el pueblo, en el campo, dedicándose a la agricultura. Todo un guardián para un ecosistema amenazado por el avance de la despoblación. Pero el fuego calcinó todo. Y no solo sus olivos, almendros y cerezos, sino también sus apasionantes planes de futuro. A este y a cada uno de los afectados tan solo quiero comunicarles que desde ASAJA Alicante estamos y estaremos con ellos, que alzaremos la voz para que sus necesidades puedan ser escuchadas por los políticos y la sociedad en general.
Dentro de la oscuridad con la que me he topado en la zona, también he podido vislumbrar un atisbo de luz: en aquellas parcelas cultivadas, el fuego lo tuvo más difícil. En la Vall d’Alcalà, una parcela de olivos protegía y salvaba a unas encinas de morir calcinadas. Muchos olivos de esa parcela han muerto carbonizados, sí, pero frenaron el avance del fuego. Una parcela de almendros bien cultivada cortó el paso de las llamas y, aunque murieron sofocados por el calor, estos almendros actuaron como parapetos de unas llamas virulentas avivadas por fuertes y cambiantes rachas de viento. Podría decirse que murieron en un acto de servicio, en primera línea, pero impidieron el paso del fuego. Sin embargo, allá donde había parcelas abandonadas, este fue implacable y destruyó todo aquello cuanto se encontró delante.
Ahora que por los municipios afectados ya han pasado los políticos prometiendo ayudas, declaración de zona catastrófica y todo lo que haga falta. ¿Qué viene después? No basta con una indemnización de unos miles de euros. Hay que reponer los proyectos que se llevó el incendio y hay que hacerlo de forma urgente, para que quienes han apostado por la actividad agrícola como su forma de vida puedan revivir ese entusiasmo por permanecer allí y volver a empezar. Y no solo eso. Hay que analizar muy bien las causas y establecer medidas para evitar que vuelva a ocurrir. Las administraciones deben garantizar la revitalización de la Montaña de Alicante con políticas que favorezcan la rentabilidad agraria para evitar que avance la temida y peligrosa despoblación.
Alicante es una potencia económica, turística, agrícola e industrial. Pero, ojo, no todo Alicante. Las montañas se mueren por el abandono de las actividades agrarias y ganaderas tradicionales. Y no es que la gente de allí no quiera seguir viviendo en sus tierras, todo lo contrario; es que no se lo estamos permitiendo. Por la falta de rentabilidad e ingresos, los estamos expulsando.
Queremos montañas verdes, que nos limpien el aire, que nos den agua… Pero la gente de allí se arruina con los precios a los que cobra sus productos. Un agricultor de la Vall d’Ebo puede recoger al día, con mucho esfuerzo físico, 150 kilogramos de aceituna, cuando una máquina en una explotación superintensiva andaluza recolecta 40.000 kilogramos en una hora. Por ese motivo no podemos hablar solo de competitividad económica, hay que poner sobre la mesa el valor ambiental y de conservación que aporta ese agricultor, un auténtico custodio de nuestras montañas.
Por ello, el terrible incendio de las montañas alicantinas nos brinda la oportunidad de cambiar el destino y apostar por el futuro de esta zona. No dejemos escapar la ocasión y hagamos que la desgracia y desolación se convierta en esperanza e ilusión.