La agricultura y la ganadería son dos sectores clave en el conjunto de la actividad económica por el valor de sus producciones, sus necesidades para la compra de medios de producción, su capacidad para crear empleo directa e indirectamente, por su valor para el suministro de productos alimentarios, bien para su consumo directo o como proveedores de materia prima para una potente industria alimentaria y, además de todo ello, como ejes para el sostenimiento del medio rural, que supone más del 80% de la superficie del territorio, y la defensa del medio ambiente. De acuerdo con todo ello, se puede decir que se trata en conjunto de un sector estratégico, aunque en las últimas décadas haya reducido su peso directo en términos de empleo o en su aportación a las cifras macroeconómicas del país.
El sector agrario supone actualmente el 2,5 % del Producto Interior Bruto, porcentaje que se elevaría hasta el 8,4% si se considera la aportación de la industria alimentaria y todos los demás sectores implicados en la cadena de producción agraria y alimentaria.
Producciones estables
Desde la perspectiva de las producciones, el valor de la Producción Final Agraria se halla prácticamente estabilizado durante la última década en un abanico que va de los 42.000 a los 44.000 millones de euros. Estas cifras están muy marcadas, en líneas generales, por el volumen de las cosechas derivado del comportamiento de la climatología, pero también lastradas por la falta de estructuras en origen para defender mejor sus intereses en los mercados y lograr un mayor valor de los mismos frente a la industria o la distribución.
En el caso de las producciones agrícolas, se puede decir que no se han registrado grandes cambios en el peso de la mayor parte de los sectores. Nota a destacar es el fuerte impulso dado a las superficies de regadío, en la actualidad con más de 3,5 millones de hectáreas y, sobre todo, por los procesos de mejora de estructuras acometidos donde destaca además el cambio de sistemas de riego producido en la última década pasando de los tradicionales por inundación a otros de riego localizado o de goteo.
Con ligeras reducciones, se ha mantenido una línea de estabilidad en las superficies de los cultivos herbáceos muy en función de las ayudas comunitarias directas. Entre las grandes producciones, por su valor y superficie de cultivo, destaca el fuerte peso de las frutas y hortalizas, que han llegado a suponer el 66% de la Producción Final Agraria. Entre las producciones importantes, en una línea ascendente en materia de superficies de cultivo, destaca el olivar, donde en la última década se pasó de 2,1 a más de 2,5 millones de hectáreas y, con una gran mejora de estructuras de los olivares tradicionales, a la introducción de sistemas de riego, por las nuevas plantaciones intensivas de riego localizado que han supuesto llegar a cosechas de casi 1,8 millones de toneladas de aceite con la cifra record de más de 1,1 millones de toneladas exportadas en una sola campaña.
En la parte negativa destaca el comportamiento de las superficies de viñedo, que pasaron de 1,3 a unas 960.000 hectáreas, consecuencia de los bajos precios de la uva y, sobre todo, de las ayudas comunitarias para procesos de reestructuración y arranques. Sin embargo, con esa menor superficie, gracias a la mejora de estructuras, introducción de nuevas variedades y a la implantación de sistemas de riego localizado, la producción ha pasado de unas medias de unos 37 millones de hectolitros a unas producciones de 43 o 44 millones, lo que ha supuesto igualmente un fuerte impulso a las exportaciones hasta casi los 24 millones de hectolitros, con el borrón de la venta masiva de graneles a precios bajos.
En la parte más negativa en cuanto a superficies y, en este caso también a las producciones, aunque se han mejorado sensiblemente los rendimientos por hectárea gracias a nuevos sistemas de siembra y laboreo, destaca la caída desde más de 80.000 a algo menos de 40.000 hectáreas de remolacha azucarera consecuencia de la reforma de la Organización Común de Mercado en Bruselas en 2008. Esta línea de ajustes la han sufrido igualmente otras producciones importantes como algodón o tabaco, lo que supone menos oferta y menos demanda de bienes de producción.
En el caso de las producciones ganaderas, se puede hablar de estabilidad generalizada en las grandes cabañas, con dos excepciones opuestas. Impulso de la producción de porcino hasta los 3,7 millones de toneladas con un censo al alza de 26 millones, el sacrificio de más de 43 millones y unas exportaciones que suponen más del 45%. Por el contrario, siguió a la baja la producción de ovino y conejos, mientras la leche se mantuvo estable consecuencia de las cuotas hasta abril de 2015 y, en la actualidad, con escaso margen para crecer ante la falta de capacidad de la industria para operar con una mayor oferta por falta de estructuras.
Tomando como referencia los datos del último ejercicio, la Producción Final Agraria ascendió a 43.712 millones de euros frente a los 42.600 del ejercicio anterior, de los que 25.932 correspondieron a las producciones agrícolas, 17.000 al conjunto de frutas y hortalizas y 16.079 a las producciones ganaderas, donde destacan los 6.000 millones del sector del porcino.
Más gastos de producción
El sector agrario es, a la vez, un gran demandante de medios de producción, que han experimentado en la última década un fuerte crecimiento al pasar de unos 15.000 a más de 21.000 millones de euros, lo que supone en paralelo una generación de empleo en las empresas de una parte muy importante de la actividad en otros sectores.
En ese volumen de gastos destacan los piensos, con casi 11.000 millones de euros. En segunda posición se hallan las compras de fertilizantes, con casi 2.000 millones de euros, y los gastos en energía, también con una cifra cercana a los 2.000 millones de euros. En cuarta posición está la maquinaria, con más de 1.500 millones de euros, seguida de la compra de semillas y plantones, con casi otros 1.000 millones.
Aunque una parte del sector agrario ha sido tradicionalmente propicio a un bajo endeudamiento y apostaba por políticas de ahorro para ajustar sus inversiones, la realidad es que hoy el sector agrario es un claro demandante de financiación, aunque cada día son mayores las dificultades para acceder a la misma por las exigencias de todo tipo de garantías.
Con ligeras variaciones, en los últimos tiempos se puede hablar de un endeudamiento en el entorno de los 17.000 millones de euros frente a una renta de poco más de 21.000 millones de euros, endeudamiento que llegó a situarse en 2008 en casi los 24.000 millones de euros para ir bajando progresivamente hasta la actualidad. El sector agrario ha sido tradicionalmente un buen pagador, aunque tampoco ha estado exento de dificultades para hacer frente a los créditos en vigor. La morosidad o créditos de dudoso cobro han experimentado un ligero aumento hasta suponer entre el 12% y el 13%, una cifra varios puntos por debajo de la tasa de morosidad media del conjunto las actividades económicas, excluyendo la construcción, que arrastró mayores problemas.
Consecuencia de todo ello, la renta agraria en moneda corriente, sin tener en cuenta la inflación, mantiene una línea de caída de más de una década, solamente con repuntes puntuales. En 2015 ascendió en moneda corriente a 22.170 millones de euros con un incremento del 1,7% sobre el ejercicio anterior. Sin embargo, esa cifra se halla en los mismos niveles de hace quince años, cuando la renta fue de 21.0276 millones de euros. La cifra más elevada se produjo en 2003, con más de 26.000 millones de euros. Si se analiza la renta en moneda constante computando la inflación las cifras son todavía mucho peores con una caída permanente de poder adquisitivo. Todo ello pone de manifiesto el grave deterioro que viene sufriendo la renta agraria en las dos últimas décadas, valor de las producciones que no se logra compensar con el incremento de las subvenciones directas procedentes en su mayor parte de la Política Agrícola Común tras los cambios introducidos en las últimas reformas. Las subvenciones totales en 2015 ascendieron a un total de 6.370 millones de euros, que suponen el 29,3% de la renta agraria, una cifra media que sin embargo es engañosa en cuanto que hay producciones donde su participación en la renta es muy superior por el importe de las ayudas directas, mientras en otros casos la subvención es muy reducida o inexistente, como en la avicultura, el porcino y, en una parte muy importante, en viñedos o frutas y hortalizas
La actividad netamente agraria supone el 2,5% del Producto Interior Bruto, una cifra ligeramente inferior a la aportada al mismo por la industria alimentaria. Sin embargo, si se tiene en cuenta el peso de toda la cadena que genera la producción agraria hasta que la misma llega a los lineales de la distribución, se estima que su peso llegaría al 8,4% de PIB, generando unos 2,3 millones de empleos de los que unos 700.000 corresponderían al sector agrario, 480.000a la industria alimentaria, 200.000 al transporte, 900.000 a la distribución y otros 40.000 a las importaciones, además del empleo en las industrias que aportan los medios de producción.
Menos empleo directo
La transformación-modernización del sector agrario ha tenido un reflejo muy directo en el comportamiento del empleo. En la década de los años setenta, el sector agrario suponía más del 20% de la población activa del país. Este porcentaje ha ido bajando a medida que ganaba terreno la mecanización en la actividad agraria, y también al progresivo envejecimiento de la población, donde solo un 3,5% tiene menos de 35 años y más del 30% supera los 65 años. En la actualidad, según los datos manejados oficialmente, el número de activos en el sector se situaría en unos 900.000, el 4% aproximadamente del total del país, mientras los ocupados serían unos 660.000, el 3,5% del total nacional. En cualquier caso, ambas cifras no reflejan la realidad del sector, donde el número de beneficiarios de las ayudas comunitarias procedentes de la PAC ha bajado solo de más de 900.000 a unos 840.000, pero donde se estima que el número real de profesionales del sector sería, como mucho, de unas 350.000 personas.
En términos de Unidades de Trabajo Año (UTA), equivalente al trabajo realizado por una persona a tiempo completo durante un año, las mismas ascienden a 802.000 frente a 1,3 millones de finales de los años ochenta.