Las leguminosas son una valiosa fuente de proteína vegetal tanto para alimentación animal como humana. Además, su bien conocida contribución a la fertilidad de los suelos gracias a la simbiosis con bacterias fijadoras de nitrógeno atmosférico las convierte en un componente imprescindible en las rotaciones de cultivo dentro de una agricultura sostenible.
No obstante, y a pesar la larga tradición de cultivo y consumo en España, de todos estos bien conocidos beneficios su cultivo ha disminuido constantemente en los últimos 50 años, siendo reemplazadas por otros cultivos que se han adaptado mejor a los avances tecnológicos y resultan más rentables al agricultor. Esta tendencia es similar a la encontrada en el resto de Europa, pero contrasta con la situación a nivel mundial donde en general se han mantenido mejor, algunas como la soja habiendo tenido un incremento espectacular. Como ejemplo, la superficie cultivada de leguminosas, a nivel mundial es actualmente 3,5 veces menor que la de cereales, alcanzando rendimientos medios más bajos (1.500 kg/ha leguminosas vs 3.500 kg/ha cereales). El rendimiento del trigo es mayor que el de todas las leguminosas, y lo que es más preocupante, esta diferencia de rendimientos como resultado de la mejora de las técnicas de producción y de las variedades es cada vez mayor, aumentando cada año una media 52 kg/ha para el trigo, y menos de 10 kg/ha en el caso de garbanzo, lenteja, altramuz, haba o guisante.
A pesar de la tradición española de producción de legumbres de una calidad excepcional, los hábitos modernos de consumo han hecho que su consumo haya disminuido constantemente desde los 13 kg/persona/día en la década de los 60, hasta los poco más de 3 de la actualidad. Pero la disminución del consumo no justifica la disminución del cultivo, puesto que la producción nacional está muy por debajo del consumo, importándose en España hoy alrededor del 85% de las judías, el 75% de los garbanzos y el 65% de las lentejas que consumimos.
El descenso del consumo humano de legumbres ha ido asociado a un incremento del consumo de carne, lo que a su vez ha aumentado el consumo de leguminosas para pienso, fundamentalmente soja, pero no así en su cultivo. La soja es la leguminosa más consumida y a la vez menos cultivada en España, lo que genera una dependencia de las importaciones que han aumentado de forma alarmante en los últimos 40 años y que oscilan durante los últimos 15 años en torno a los 5-7 millones de toneladas lo que supone en torno al 95% del volumen total de importaciones de leguminosas. Esto, a su vez, no ha ayudado mucho al desarrollo del cultivo de otras leguminosas para pienso que cada vez han ido quedándose más descolgadas a pesar de su potencial. Y es que como en todo, no hay desarrollo sin inversión en innovación. Las posibilidades de expansión del cultivo de soja en España son muy limitadas al ser un cultivo de verano con altas necesidades hídricas. Tiene un claro nicho en ciertas fincas de riego en segunda cosecha como sustituto del maíz, cuya expansión o no dependerá del precio relativo de la soja respecto al maíz en cada momento. Aun así, las posibilidades de expansión de la soja a nivel nacional tienen un techo claro ya que nuestra mayor superficie de cultivo es de secano. En Europa se importan en torno a los 40-50 millones de toneladas anuales,pero el cultivo soja ha experimentado un incremento espectacular en la última década particularmente en los países del Este donde la climatología permite el cultivo de soja en secano. La producción mundial es superior a los 110 millones de toneladas, concentrándose el 80% de la producción entre Estados Unidos, Brasil y Argentina. A diferencia del resto de leguminosas, el rendimiento medio a nivel mundial de la soja (2.000 kg/ha) es hoy superior al del trigo (1.800 kg/ha), con una ganancia anual a nivel mundial de 40 kg/ha/año, mientras que la del trigo es de 32.
A pesar de su potencial productivo, la superficie cultivada de habas ha disminuyendo drásticamente en España hasta la década de los 90, momento a partir del cual hubo una tendencia a la estabilización pero siempre por debajo de las 50 mil hectáreas. Asimismo, las importaciones son bajas, inferiores a las 5 mil toneladas, lo que sugiere un menor interés para la industria de piensos como sustituto de la soja. La leguminosa más cultivada en España es el guisante seco, representando el 40% de la superficie cultivada de leguminosas grano en España. De hecho, el guisante es la única leguminosa grano cuyo cultivo aumenta en España desde 1993, habiendo llegado a superar las 240 mil hectáreas en el 2011. Asimismo, el guisante es la leguminosa más importada tras la soja. En los años en los que la demanda de soja mundial aumenta, el precio también aumenta, y aumenta la importación de otras leguminosas, siendo el guisante la primera opción. La importación española ha ido oscilando alrededor del medio millón de toneladas en la década de los 90, habiendo superado el millón en 2005, para caer en la última década hasta las 33 mil toneladas. El guisante se presenta por tanto como la opción más viable para reducir las importaciones de soja, ya que es la única leguminosa grano cuyo cultivo aumenta en España demostrando su potencial y adaptación, y es la vez la más aceptada por la industria de piensos.
El descenso del cultivo de leguminosas genera dos dependencias preocupantes. Por un lado, el consumo de fertilizantes nitrogenados en España fue superior a 800 mil toneladas en 2012, de las cuales importamos el 65%. Además, la producción de estos fertilizantes requiere gran energía, básicamente gas natural del cual también somos dependientes del exterior, importando del orden del 60% de nuestras necesidades. Por otro lado, esta dependencia de las importaciones de leguminosas, particularmente de soja, no solo supone un riesgo galopante para la balanza de pagos, sino también de seguridad alimentaria, poniendo a nuestra industria cárnica en manos de las oscilaciones del precio de la soja. Esta posición de debilidad no ha hecho sino agravarse con la reciente entrada en escena de China, cuyas importaciones de soja han aumentado de forma exponencial en los últimos 10 años haciendo saltar todas las alarmas sobre el riesgo de la inestabilidad de los precios.
La solución no puede ser otra que el desarrollo de variedades que resulten más atractivas tanto al consumidor (calidad) como al productor (rendimiento, adaptación) a través de programas de mejora genética y de ajuste de técnicas de cultivo.