Ricardo Migueláñez. Ricardo Migueláñez
De un tiempo a esta parte, la Comisión Europea, con su presidenta Ursula Von der Leyen al frente, parece haber visto las orejas al lobo y dado cuenta de que el sector agrario, el productor y proveedor de materias primas alimentarias de los consumidores europeos, está en una seria encrucijada, de la que no será fácil salir.
Decimos parece, porque no sabemos muy bien si todo este reconocimiento de la situación que vive el sector productor agrario (el descenso paulatino de muchas de las producciones agrarias en la UE y, en contrapartida, el aumento de la dependencia exterior para el abastecimiento del mercado interno) obedece a una estrategia de cara a lograr determinados votos en las elecciones europeas de primeros de junio de 2024, donde como saben habrá una nueva Eurocámara y se deberá elegir también un nuevo equipo de la Comisión Europea.
O quizás el cambio de registro se deba a que la elevada inflación de los precios de los alimentos para los consumidores desde hace más de un año a acá empieza a preocupar a la CE como un “aviso a navegantes”, ya que podría volverse persistente y estructural si no se frena y se adoptan medidas que contribuyan a resolver en parte la difícil situación del sector primario comunitario.
En un artículo anterior sobre el Estado de la Unión, ya comentamos que, en su discurso anual, el último de la actual legislatura, la presidenta de la CE afirmó con rotundidad que el objetivo de garantizar el suministro alimentario a los europeos no era algo que pudiese darse por supuesto. Y al hilo de esto reconocía que “el trabajo de los agricultores y sus ingresos se estaban viendo cada vez más afectados, no solo por las consecuencias de la agresión rusa contra Ucrania o por el cambio climático y la sequía, los incendios forestales y las inundaciones que éste trae consigo, sino también por nuevas responsabilidades que recaen sobre ellos.”
En esto último, Von der Leyen, puso el dedo en la llaga, alineándose en parte con las tesis de su grupo político, el Partido Popular Europeo (PPE), para lo cual tuvo que esperar a que el hasta entonces todopoderoso vicepresidente de la Comisión Europea y principal promotor del Pacto Verde Europeo y de sus Estrategias “De la granja a la mesa” y de “Biodiversidad 2030”, el neerlandés Frans Timmermans, abandonase el colegio de Comisarios para presentarse a las elecciones de su país.
No es que la presidenta de la Comisión abomine ahora de todas las exigencias y condicionamientos que imponen estas estrategias y otras normativas colaterales. No, no se trata de eso, por supuesto que no. Pero quizás se haya dado cuenta de que Bruselas ha querido imponer una velocidad a sus ambiciones medioambientales y de lucha contra el cambio climático muy por encima de lo que los agricultores y ganaderos, que no se oponen a ser sostenibles en su actividad en la medida de lo posible y razonable, pueden soportar. Y no tiene ningún sentido que para ser sostenibles haya que dejar de ser rentables.
Coyunturas difíciles
Al margen de esas “nuevas responsabilidades”, agricultores y ganaderos europeos se están enfrentando a unas coyunturas muy difíciles y nada favorables para el desarrollo de su actividad. Como nombró Von der Leyen, poco después de la pandemia de Covid-19, la agresión rusa en Ucrania ha traído consigo un encarecimiento desmesurado de los costes de producción o de los insumos (energía, fertilizantes, combustibles, piensos…) que, aunque han mejorado en parte, han estado y continúan estando en bastantes producciones muy por encima de los precios pagados al productor, sobre todo en cereales y otros cultivos herbáceos, que se rigen por la dinámica mundial.
A esta situación se suman las adversidades meteorológicas (sequías, heladas, pedriscos e inundaciones) cada vez más extremas en varios países comunitarios, entre ellos España, que han reducido drásticamente los rendimientos productivos de las cosechas y la disponibilidad de pastos y forraje para la ganadería extensiva. Una reducción de la oferta en volumen que, en cambio, no se ha visto compensada en valor por la mejora en algunos casos de los precios unitarios al productor.
A todos estos factores, que contribuyen a una volatilidad extrema de volúmenes y precios, se añade la entrada en vigor de la nueva PAC 2023-27, con nuevos condicionamientos de la actividad productiva, a través de los ecorregímenes u otras normativas, que imponen más dificultades para el desarrollo de la misma en pro de una sostenibilidad medioambiental que no es exigida (o, en el mejor de los casos, que difícilmente puede ser exigida) a las producciones de países terceros con las que la UE compite tanto en el mercado europeo como mundial.
Aunque no entremos a analizar datos concretos sobre cómo han evolucionado cada una de las producciones agrícolas y ganaderas comunitarias (ver más en detalle el anexo adjunto), sí que nos detendremos en algunas consideraciones que hace la propia Comisión Europea en su último informe “Key figures on the European food chain” Edición 2022.
Sobre las producciones agrícolas, por un lado, distingue entre aquellas anuales, la mayoría de los cultivos arables, cuya decisión de siembra tiene un impacto de una campaña a otra y depende de un elenco de factores, desde los propiamente agronómicos y meteorológicos, pasando por los costes de los insumos, los condicionantes de tipo medioambiental y la evolución de la oferta y de los precios de los mercados.
Por otro, los cultivos permanentes (olivar, viñedo, frutales…etc.), cuya evolución productiva depende de las condiciones agroclimáticas, de las plagas o enfermedades, que hacen fluctuar cada año las cosechas, aunque también del comportamiento de los mercados.
Una manera de valorar la evolución en los últimos años de los cultivos y producciones agrícolas comunitarias, expuestos en su mayoría a la volatilidad los mercados mundiales, sería el grado de autoabastecimiento que la UE tiene de las mismas.
Se observa, así, que la producción comunitaria de cereales, influida por los vaivenes de los mercados mundiales y de las condiciones agroclimáticas, se ha mantenido en general por encima por encima del nivel de autosuficiencia y ha permitido poder exportar a países terceros.
La Comisión Europea aclara que la UE cuenta con una amplia gama agroclimática y que el impacto de las malas cosechas en una región puede verse compensado por mejores condiciones en otra.
Sin embargo, si se desciende a cada cultivo, se ve que este autoabastecimiento solo se da en trigo blando y cebada, fluctuando cada año, mientras que en trigo duro y en maíz grano continuamos siendo bastante dependientes (más o menos, según campañas) de la oferta de países terceros.
En cambio, se ve claramente que continuamos siendo muy deficitarios en semillas oleaginosas, principalmente soja y en menor medida girasol y colza; en harinas de semillas oleaginosas; en aceites vegetales y en cultivos proteicos vegetales, así como en azúcar, donde la desaparición hace unos años de las cuotas y las limitaciones fitosanitarias del cultivo (nicotinoides), no ha contribuido a recuperar la producción interna.
Por su parte, en cultivos especializados (aceite de oliva, vino, frutales, cítricos, tomates…), la situación de autoabastecimiento, salvo en vino, manzanas y tomate para industria, es dispar y bastante ajustada, mientras que es deficitaria principalmente en naranjas para transformado, naranjas para fresco y tomates para fresco.
Ganadería y productos ganaderos
La evolución de las producciones se observa de forma más clara en las procedentes del sector ganadero. En su informe, la Comisión Europea apunta que, durante las dos últimas décadas, se ha producido un declive en las cabañas ganaderas de la Unión Europea. Entre 2001 y 2021, el número total de cabezas de ganado porcino, bovino y ovino y caprino disminuyó aproximadamente un 11,5%, desde 326 a 289 millones.
Las mayores caídas en porcentaje se dieron en el número de ovejas (-1,7%) y cabras (-2,6%), mientras que fueron inferiores en el número de cerdos (aquí no se contempla que la Peste Porcina Africana ha reducido la cabaña también en este sector en aquellos países con focos) y se mantuvo más o menos estable en el sector avícola.
Más recientemente, según datos de Eurostat de finales de 2022, las cabañas ganaderas continuaron disminuyendo durante el pasado año. En la UE había un total de 134 millones de cerdos (-5% en comparación con 2021); 75 millones de bovinos (-1%); 59 millones de ovinos (-2%) y 11 millones de cabras (-3%).
En la UE, la cabaña de vacas lecheras disminuyó un 5,3% y en 1,1 millones de animales desde 2018 a 2023 (estimaciones), aunque la producción se mantuvo estable o ligeramente al alza, gracias al incremento de los rendimientos productivos por vaca.
Salvo en queso, el resto de las producciones lácteas (leche fresca, leche en polvo entera y semidesnatada, mantequilla y suero) han disminuido en los últimos años, según los datos de la Comisión Europea.
En cuanto a la producción bruta de carne en la UE, se estima que disminuirá un 2,6% también en 2023, tras el descenso del 3,9% en 2021, hasta 41,83 millones de toneladas de peso canal. De este volumen, 6,8 millones p.c., corresponderían a la producción de carne de bovino, que ha descendido casi un 7% acumulativo desde 2018; unos 21,2 millones de toneladas de p.c. a la carne de porcino (-5,1% sobre 2022 y -8,7% desde 2018); otros 13,2 millones p.c. a la carne de ave (+1,1% sobre 2022 y -0,5% desde 2018) y 618.000 t peso canal a la carne de ovino y caprino (-1,2% sobre 2022 y -2,2% sobre 2018).
En cuanto a la tasa de autoabastecimiento de los productos ganaderos en la UE, la Comisión observa un nivel bastante favorable en el caso de los productos lácteos, sobre todo en leche en polvo, queso y suero.
En carnes, el déficit de autoabastecimiento de la UE se observa en ovino-caprino durante los últimos años, mientras que está por encima en el resto de las producciones cárnicas, con mejoras en el caso del ganado porcino, pese a los descensos por la PPA en los dos-tres últimos años, y los descensos de cobertura en las producciones de vacuno y aves en relación con los años anteriores.