Históricamente el campo es un sector muy atomizado, con unos profesionales muy independientes, poco proclives a actuar en grupo. Toda negociación con lo que se llama el “sector” tiene que tomar en cuenta esta particularidad, por lo contrario, cualquier decisión no será entendida y respetada por los agricultores y ganaderos de a pie. Pero las Administraciones Públicas no pueden aprovechar esta situación para tomar decisiones que se consensuan con la parte ambientalista o animalista, más unidos que los productores, pero que por falta de unidad puede no considerar convenientemente la parte productora.
A partir de esta premisa, si atendemos a lo que está pasando estos días en el campo y en las carreteras, con las reivindicaciones de los problemas del campo, y atendemos a lo que en concreto quieren estos últimos y no las organizaciones que a algunos representan, podemos ver cuál es, sin duda, el principal problema: la burocracia.
Las legislaciones europeas son muy ambiciosas en sus objetivos, pero no están pensadas para poder ser aplicadas en el terreno, véase el famoso cuaderno digital que se quiere implantar cuando en el campo no hay conexiones de banda ancha o el envejecimiento del sector con profesionales que nunca han tocado un ordenador.
Por ello, toda reforma tiene que contar con una evaluación de impacto y un plan de acompañamiento para ayudar a los agricultores y ganaderos a los cambios que se plantean. Y esto no es solo cuestión de dinero, hacen falta medios humanos y técnicos.
La PAC se ha vuelto un monstruo que devora todo. Necesitamos menos burocracia y más eficacia. Hoy los medios son los que se comen toda nuestra atención y no los objetivos: las reformas tienen que ir en un sentido de eficacia de las medidas: sostenibilidad.
Bruselas debería de hacer un esfuerzo y paralizar el avance de todos estos borradores de legislación, por ejemplo, los de bienestar animal, evaluar si realmente son aplicables en el terreno y analizar el impacto económico, social y comercial de las medidas que se pretenden poner en marcha antes de llevarlas al campo. Así, se podrá saber realmente qué posibilidad de ponerlas en marcha tienen los ganaderos, agricultores o las empresas. Porque muchas de las propuestas que aparecen en los textos de las futuras reglamentaciones deberían evitar poner unos umbrales técnicos idénticos para toda la geografía de la unión europea, que sean inviables de conseguir por lógica, por ejemplo, la temperatura en el transporte, por indicar solo uno.
La producción europea, la más cara
La aplicación de todos los reglamentos europeos que están en vigor genera que la producción agraria europea resulte más cara que la de terceros países, con lo que ello implica. Esto es no poder competir y abocar a los sectores productivos europeos a la desaparición.
Europa pretende tener la legislación más restrictiva en términos ambientales y de bienestar animal del mundo, pero esto hace que los productos del sector primario ya no pueden ser competitivos con lo que las industrias agroalimentarias pueden importar del exterior.
Esto, sumado a las negociaciones políticas con países terceros, ha hecho que el agro sea moneda de cambio en los trueques entre países, llevando a absurdos, pues existen factores de producción en Europa que son más caros que los de otros países del mundo, como el coste de la mano de obra. Este último está creciendo significativamente en los últimos años, pero entonces el legislador debe tener mucho cuidado en añadir más factores de distorsión negativa a nuestra producción, por mucha eficiencia y tecnología que tengamos. En resumen, al final muchas de las grandes empresas se ven obligadas a deslocalizar la producción primaria a terceros países para beneficiarse de costes inferiores y competir por precio en Europa.
Los ganaderos, grandes olvidados
Al contrario de lo que ocurre en el sector de la agricultura, el sector ganadero apenas tiene visibilidad en este tipo de manifestaciones, por no decir que no la tiene, pero sin embargo es el que más está sufriendo todas las normas que llegan desde Bruselas. De hecho, se llega a pensar en muchos círculos del sector que Europa quiere hacer desaparecer la ganadería en todo el territorio de la UE.
Se trata de un sector envejecido, y la presión de las reglamentaciones ha sido y está siendo una gota más para desmotivar los pocos jóvenes que se quieran dedicar a esta actividad. Porque es real, el medio rural se despuebla a pasos agigantados desde hace más de 4 décadas, y cuesta doblemente encontrar “valientes” que quieran seguir desempeñando su trabajo en este medio.
El exceso de normativas hace que las granjas o explotaciones pequeñas ya no resulten rentables, lo que favorece enormemente a las explotaciones grandes (muchas veces propiedad de grandes empresas agroalimentarias), que son las únicas que pueden aguantar las inversiones que se tienen que realizar.
La PAC y la competencia global
El sector alimentario es un sector sensible para los gobiernos, porque un aumento del IPC de la cesta de la compra genera mucho descontento en la población: “Con la comida no se juega”.
En este sentido, la PAC con pagos directos al agricultor ha beneficiado a los consumidores, porque ha permitido mantener los precios bajos artificialmente, pero la situación ha cambiado en los últimos años y los condicionantes y obligaciones son mayores hoy en día que cuando se creó la Política Agrícola Común, y no compensa. El sistema no funciona y se corre el riesgo de hacerlo saltar por los aires. Sin hablar de las producciones que están excluidas de la PAC, varias de ellas del sector ganadero, que están todavía más afectadas.
Además, el tema de las subvenciones perjudica en gran medida a la imagen del campo, dando a entender que está subvencionado, cuando no es así, si no que se da un complemento de renta porque no se les permite trasladar al precio final los costes reales del producto, para enmascarar estos sobrecostes, y supuestamente para poder competir a nivel mundial.
Este hecho es lo que denuncian los países del resto del mundo en las diferentes rondas del GATT, los “sesgos anticomercio”, las subvenciones a los agricultores en EE.UU. y la UE que distorsionan la competencia global. Una competencia global en la que no se puede competir porque las reglas del juego son diferentes para cada país con sus normas y prohibiciones: fitosanitarios, OGMs, bienestar animal, jaulas…
No tenemos claro a quién ni cómo, pero desde nuestro punto de vista habría que involucrar a muchos más actores que representan al sector agrario en las negociaciones de la UE, para tener una visión más real del campo europeo y para servir de contrapeso a todos los lobbies animalistas presentes en Bruselas, porque los hay, y si no, ¿de dónde salen ciertas iniciativas y el porqué de las fechas? ¿Por qué la iniciativa sin jaulas para el 2027? Habrá que pensarlo…
Agenda 2030: o todo o nada
A menudo se habla de que la sostenibilidad tiene que ser económica, social y medioambiental, pero ¿es viable y real? Los cambios en el campo no son tan rápidos como en sectores como las nuevas tecnologías. Sin ir más lejos, el ciclo de producción de un cereal son 7 meses, el de una vaca son 3 años… Si queremos apostar por la agenda 2030 hay que poner medios reales para saber hacia qué modelo queremos ir, porque si la agenda ya va tarde, los cambios que tenemos que realizar van peor.
Si realmente la sostenibilidad es importante, enfoquemos todo a esto y no a otras cosas. Empecemos por una simplificación administrativa, que se pida y se registre únicamente lo que sea necesario y que cumpla con los objetivos que se persiguen; apoyemos a la investigación en nuevos métodos de producción más sostenibles, tanto en ganadería como en agricultura, para poder cumplir con la agenda 2030; acabemos con la distorsión en la cadena de valor agroalimentaria, con muchos pequeños al inicio de la cadena y pocos grandes al final; quitemos presión de la gran distribución sobre los transformadores, y estos últimos sobre los ganaderos y agricultores, que han hecho que la renta haya mermado en los últimos 30 años.