Nos encontramos en el momento más crucial de la historia de la humanidad debido a los cambios que estamos produciendo en el clima con las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y la destrucción de biodiversidad. Tales cambios están a su vez procurando otra serie de efectos que aumentan la complejidad a la que nos enfrentamos y muy probablemente multiplicarán la velocidad del caos climático, si no lo están haciendo ya.
-El Pentágono de los EE. UU. define el cambio climático como riesgo de seguridad nacional.
-Según una variedad de científicos, tenemos por delante entre 50 y 60 años de nuestro sistema de explotación y consumo antes de que la Naturaleza deje de poder proveer los servicios esenciales vinculados a agua, suelo o aire.
Hasta ahora, todos los esfuerzos están puestos en reducir las emisiones directamente producidas por nuestras actividades. Esto no es suficientemente eficaz: llegar a cero emisiones globalmente (prácticamente imposible al menos en los próximos 100 años) no evitará las potenciales catastróficas consecuencias para la vida tal como la conocemos en nuestro planeta al nivel actual de c.400 ppm (partes por millón) de CO2 en la atmósfera. Hemos pasado la frontera de lo admisible para la vida humana en su estado actual.
Seguramente no hay vuelta atrás si la concentración de GEI no retorna a niveles preindustriales, por debajo de 300 ppm.
Por tanto, se debe no solo dejar de emitir GEI, sino retirar de la atmósfera más de 100 gigatoneladas (GT) de CO2.
Los seres humanos comenzaron a cambiar el clima en tiempos antiguos, desbaratando comunidades vivas complejas; antiguas prácticas, que continúan hoy, degradan la tierra e incrementan el dióxido de carbono y otros GEI en la atmósfera, cuando antes fertilizaban el suelo. La eliminación de la cobertura vegetal viva y muerta también lleva al suelo a emitir Carbono en él almacenado, colaborando con el cambio climático.
Tal proceso de destrucción medioambiental ha aniquilado muchas civilizaciones antes de que se descubriera el carbón y el petróleo.
La degradación del suelo y el cambio climático son inseparables. Es prácticamente inútil preocuparse sólo de las emisiones de GEI por la quema de combustibles fósiles y no de la pérdida de biodiversidad y degradación del suelo. Sería imposible que el clima no estuviese cambiando, siendo como es dependiente de la vida del planeta.
La cuestión fundamental es cómo la Tierra puede volver a almacenar cantidades ingentes de carbono, actualmente en la atmósfera. Y hacerlo de forma natural, sin riesgos y barata: son los sistemas biológicos de la tierra firme los que lo pueden hacer (como lo hacen los océanos, que dan señales de estar llegando al punto de saturación).
Esto solo puede hacerse mediante una amplísima regeneración global de los suelos y ecosistemas.
El arma de doble filo y el potencial secuestro de CO2
Los suelos contienen las mayores reservas de carbono en su ciclo terrestre. Se considera que el primer metro de profundidad contiene 1.500 gigatoneladas de carbono orgánico, aproximadamente el doble de la atmósfera, mientras que la vegetación contiene aproximadamente 600 GT (270 GT en los bosques).
Se ha calculado que la gestión regenerativa de todas las tierras agrícolas nos permitiría secuestrar anualmente más del 40% de las emisiones anuales (21 GT). Si se añadiesen las tierras de pastos se secuestraría otro 71% (37 GT).
Tenemos, por tanto, un arma de doble filo de inmensas proporciones y potenciales consecuencias. Tenemos aún gran potencial de empeoramiento, haciendo, con nuestra agricultura “extractiva” industrial, escapar más carbono a la atmósfera. Tenemos un gran potencial para remediar nuestra peligrosa situación con eficacia, rapidez, simplicidad, ningún riesgo y, además, bajo coste –cualidades todas éstas ajenas a desbocados proyectos de geoingeniería.
El carbono es el componente principal de la materia orgánica del suelo y le da su capacidad de retención de agua, su estructura y su fertilidad.
Hay yacimientos de carbono tan estables en los agregados del suelo que permanecen en ellos durante miles de años.
Agricultura química e industrial
El uso de insumos de síntesis química, labores profundas y la monocultura degradan el suelo y contaminan las aguas y los productos finales.
La degradación de suelos y ecosistemas significa: disminución de lluvias en zonas áridas y semiáridas –gran parte de España; degradación de la saludo vegetal, animal y humana por la ingestión de venenos y la reducción de elementos nutritivos en los alimentos; disminución de la retención de agua (aumento de las sequías); aumento de inundaciones y corrimientos de tierras; aumento de la erosión; mayor vulnerabilidad a cambios climáticos; y disminución de ingresos a los productores a medio plazo.
La “agricultura industrial”, en cuanto a emisora neta de carbono, es también un fracaso y no sólo, como suele contabilizarse, por las emisiones directas, sino porque destruye la capacidad del suelo de almacenarlo.
Desafortunadamente, no hemos aún conseguido atraer la atención del Gobierno de España a esta cuestión fundamental para todos los españoles.