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Bailar al son del agua

VM

Periodos de sequía han existido siempre. Zonas más castigadas por la falta de agua, también. Cuencas como la del Júcar y el Segura bajo mínimos han sido históricamente noticia en los telediarios. Sin embargo, bien por la existencia de unos recursos hídricos a la baja, por una mayor sensibilización por el cambio climático, por el avance de la desertización desde el norte de África hacia la península, o por las tres cosas a la vez, la realidad es que han colocado al agua como uno de los principal motivos de preocupación para el conjunto de la actividad económica y de la vida diaria de la población. Mucho más para un sector agrario que supone el 70% del total de la demanda consuntiva sobre una superficie de solo 3,5 millones de hectáreas, el 15% del total de las utilizadas, pero que aportan el 50% del valor de la producción agrícola.

Desde esta perspectiva, el sector agrario, por interés y responsabilidad, debería ser el principal actor para llevar a cabo una gestión responsable del agua, lograr el máximo ahorro y la mayor eficiencia en base a su propio esfuerzo, pero también a partir de las actuaciones correspondientes de las diferentes administraciones para poner en sus manos las infraestructuras necesarias para ello. Si el agua es un objetivo prioritario, el ahorro debe ser impulsado tanto desde la Administración central como desde las comunidades autónomas para evitar que, por ejemplo, se siga regando a manta en base a canalizaciones de los árabes en vegas a 30 kilómetros de Madrid o en zonas de huerta levantina, tan necesitadas de agua.

La ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, se explayaba hace unas fechas sobre la positiva política del agua llevada a cabo por los populares, sustentada en tres escenarios. El primero, el balance de las actuaciones del partido desde los planes de regadío a inicio de la primera década de este siglo, el plan hidrológico y la aprobación de los planes de cuenca. El segundo, el catálogo de medidas a implantar o que ya están en marcha como el objetivo de modernizar estructuras para otras 800.000 hectáreas y su apuesta por la economía circular también del agua, lograr su retorno y cubrir necesidades de riego en base a su reutilización, depuración o desaladoras más eficientes. El tercer escenario diseñado por la ministra en la política del agua se podría considerar como un tratado jesuítico de buenas formas y de vecindad. Para ejecutar esa nueva política del agua, la ministra aboga por un recital de llamadas a la necesidad de una actitud integradora, consensuada, solidaria, de todo para todos, por un pacto con vocación de permanencia, por la solidaridad y la cohesión, sin olvidar esa referencia temeraria a los trasvases, respetando los intereses sociales, económicos y ambientales...

Es un paso positivo apostar por la economía circular, porque el uso del agua de la vuelta, que no se destruya, como las fuentes de colores. Pero la otra respuesta más importante sería la economía vertical del agua, captando más recursos de cauces secundarios, respetando los caudales ecológicos, abordando trasvases desde zonas donde haya recursos, no desde un secarral, evitando que los ríos vayan no directamente al mar, sino a zonas de interés agrario o turístico donde se cuece una buena parte de la economía. El llamado Pacto del Agua que dicen se está negociando en base ya a más de un centenar de reuniones, pacto fundamentalmente técnico, parece necesario que al menos plantee la necesidad de abordar el agua desde una perspectiva política, elevarlo a otras instancias y que todos los partidos se retraten sobre la titularidad del agua, una estrategia estatal, no autonómica inaplazable.

Con el déficit de agua como una amenaza de futuro, el sector agrario tiene la necesidad de dar el primer paso a la hora de abordar la política de cultivos. Y, desde esta perspectiva, parece arriesgado promover el desarrollo de nuevas plantaciones intensivas de regadío en zonas donde ya es notoria la falta de recursos hídricos, necesario analizar qué cultivos son viables con un agua escasa y cara, cuáles no lo serán en ese nuevo escenario o qué alternativas existen o se pueden plantear para esos territorios.

El agua manda.

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