Los precios bajos del aceite de oliva al consumo; la consideración de un producto de calidad exclusivo como una commodity, el hecho de que habitualmente la gran distribución haya utilizado al aceite de oliva como un producto reclamo con precios de oferta, en muchos casos por debajo de costes o regalar aceite por la compra de una lavadora, han sido algunos de los problemas más graves denunciados por el sector, tanto por sus efectos negativos sobre los precios en origen, como por el deterioro que supone esa política sobre la imagen del producto.
En España, primer país productor del mundo donde, salvo en momentos muy puntuales, siempre ha sobrado aceite y, por esa situación de abundancia, el aceite de oliva no ha contado con el reconocimiento que le correspondería por su calidad. Es el poco valor que damos a lo nuestro y que empujó a su consideración de producto barato a un tipo de aceite estándar, cultura que ha dado en los últimos años un cambio hacia una oferta aún reducida de aceites de calidad diferenciados que incrementa sus ventas con precios más altos.
En base a su imagen de alimento exclusivo desde la perspectiva de la calidad y la salud, impulsada en su día más desde organismos agroalimentarios de importantes países consumidores como Estados Unidos que desde España, en los últimos tiempos el aceite logró posicionarse en esos mercados en unos altos niveles de precios gracias a los esfuerzos de las empresas exportadoras, los apoyos de la Administración y ahora con el respaldo de las campañas acometidas por la interprofesional. Esta estrategia se ha traducido en un fuerte incremento de las ventas duplicando la exportación hasta la cifra record en 2013 de 1,1 millones de toneladas. Sin embargo, en lo más importante, lo más destacable es que aún con precios altos, aunque se hayan resentido ligeramente las ventas, las mismas se han mantenido en unos elevados niveles. Los precios altos no han pasado de ser un problema menor ante la existencia de una cultura que reconoce el valor del aceite de oliva y lo paga.
Aunque en los últimos tiempos estamos asistiendo a un cierto proceso de cambio, en España ha sucedido todo lo contrario. Históricamente, la demanda de aceite de oliva en el mercado interior ha estado marcada por la estabilidad, con muy ligeras oscilaciones. En periodos de bajos precios en origen y en destino, la demanda solo ha tenido incrementos discretos. Sucedía prácticamente lo mismo en periodos de precios elevados, con ligeras caídas, salvo en los últimos años coincidiendo con la crisis que se tradujo en recortes en las ventas de aceites de oliva en una media del 10% en beneficio de grasas baratas como el girasol.
Hoy es una exigencia apoyar y mantener viva la bandera de la exportación para dar salida al grueso de la producción, algo en lo que está embarcada la interprofesional. Pero no se puede olvidar que, un país gran productor de aceite de oliva también debería ser el primer consumidor per cápita. El mercado interior constituye el primer gran reto pendiente en el aceite de oliva, tanto desde la perspectiva de incrementar sus ventas, como, sobre todo, en la tarea más lenta de construir una cultura del aceite donde se reconozca su calidad como alimento saludable con un precio sostenible para los productores y también para su consumo en los hogares, más allá de las campañas “del perdón” en la restauración.
En los últimos años, con la subida de las cotizaciones en origen hasta casi los cuatro euros kilo para un tipo virgen extra y los 3,6 euros para un lampante, los precios al consumo se fueron en una media por encima de los cinco euros litro, precio considerado como muy elevado por un consumidor acostumbrado a pagar por el mismo producto poco más de tres euros y menos cuando no le invadían con campañas de precios de oferta, provocando una caída en las ventas. Hoy con precios ligeramente por encima de los tres euros kilo para un virgen extra en origen y de hasta dos euros para un lampante, los precios al consumo han vuelto a bajar y se puede esperar que la gran distribución vuelva a las andadas poniendo al oliva como el gran reclamo de siempre como un barato anzuelo para la cesta de la compra, olvidando sus compromisos de producto sostenible.
Sin abandonar otras iniciativas, en este momento de riesgo de vuelta a empezar, de tener al oliva otra vez como ese producto baratero y desprestigiado por esa gran distribución, quizás este podría ser el momento para tratar de sentar las bases de cara a aumentar la demanda en un producto que solo tiene un consumo de unos nueve litros por persona y año en los hogares y, en segundo lugar, para demostrar que el aceite no es un producto caro para su consumo doméstico. A razón de esos nueve litros por persona y año, un hogar medio de cuatro personas tiene un consumo de 36 litros al año, unos 0,75 litros a la semana, el equivalente a uno gasto de cuatro euros por el empleo de un producto saludable frente al euro que supone el uso de un aceite de semillas.
El consecuencia, en líneas generales, el consumo de aceite de oliva no es básicamente cuestión de precio, sino de recuperar la imagen de calidad del aceite de oliva, aquella imagen que uno recuerda de su pueblo, en la Castilla profunda cerealista, sin olivos, donde solo se consumía el aceite de oliva que llegaba en bidones de 200 litros y que expandía un olor a almazara en cien metros a la redonda cuando llegaba el camión del reparto. Simplemente, no se concebía usar otro aceite, había una cultura del aceite de oliva, que cuando existe no se destruye por la subida de un euro en el gasto del consumo semanal en una familia media.